sábado, 20 de junio de 2015

"ENTRE LAS ZARZAS" Ed. UNO Haibooks Autoras Ana Añón e Isabel Rodriguez Edición bilingüe Castellano- Valenciá




Prólogo (incompleto) de Jose Luis Vicent

Una de las cosas que todo lector de haiku debe tener bien claro es no

confundir la sencillez con la simpleza. Haiku es, antes que nada, el respeto y la

admiración que cualquier ser humano (un poeta de haiku, sin ir más lejos) siente

por el mundo. No solo la belleza intrínseca de la vida sino también todos esos

sucesos cotidianos sean o no agradables, es lo que motiva su sensibilidad. Es la

manera en que uno se deja impresionar por cuanto existe en derredor lo que te

hace ser haijin. Es el amor por lo originario y no la voluntad de artificio lo que nos

hace o no poetas de haiku. Los poetas acostumbran a hacer del dominio de la

palabra su vocación profesional. Algo bien distinto es el quehacer del haijin; este no

pretende hacer literatura, sino expresar del modo más transparente la pura

presencia de las cosas. Aquí, el poeta no actúa movido por su intelecto sino por sus

sentidos. Por eso el haijin no crea nada, no imagina nada. Logra su propósito si es

capaz de no interferir entre la sensación pura que percibe y el mundo objetual que

le rodea. Todo verdadero haijin sabe que sus palabras dejan de ser necesarias en

cuanto el lector haya captado aquello que la palabra nombra. Es con ese estilo, tan

sencillo y connatural como el cantar de un pájaro o el croar de una rana, que el

poeta de haiku escribe sus versos. Conoce bien, porque así lo siente en su alma de

poeta, aquello que dijo Takahama Kyoshi: que no sólo está el haiku / en el viento

de otoño, / pero está en todo. Ciertamente está en cada rincón y en cada instante;

en cada estación del año o de la vida, siempre hay un haiku que nos aguarda y que

Isabel Rodríguez y Ana Añón son dos haijin que sienten un profundo respeto

y admiración no solo por la esencia del haiku, sino también por la cultura que lo

originó. Decía Ortega y Gasset que todas las culturas son soluciones o intentos de

solución al problema de la vida. Y que esta es la razón de que una cultura extraña

no sirva a un pueblo. Yo no creo que eso sea exactamente así. Es posible que cada

cultura afronte el modo de vivir según su idiosincrasia. Pero que alguien sea ajeno

por nacimiento a esa otra cultura no significa que tenga que carecer de la

sensibilidad para sentir y profesar esas otras formas o intentos de resolución del

problema de la vida. Y digo sentir, más bien que pensar, porque no solo esa otra

cultura tal vez no sienta que la vida sea un problema a resolver, sino porque otras

gentes de cualquier geografía también lo entiendan así. Chantal Maillard nos

advierte de ciertos espejismos de la modernidad. Nos informa de una determinada

clase de cultura que denomina kitsch; esto es, de una manifiesta tendencia a la

ornamentación de las cosas, de los sentimientos, de los usos, del espíritu, de la

vida toda. Y, así mismo, sospecha de un término como el de globalización, por

cuanto significaría en el fondo un proceso de reducir cualquier cultura a una sola"....

(Continuar leyendo en el libro)



                                                                                                         
José Luis Vicent

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