
El día 9 de agosto de 1945, tres días después del bombardeo atómico de los aliados sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, la ciudad de Nagasaki fué también masacrada, para vergüenza de la humanidad, con otra bomba atómica. Este es mi particular y humilde homenaje a todas las personas inocentes, ajenas a tejemanejes políticos y económicos que murieron en aquel terrible suceso o sufrieron sus consecuencias.
NAGASAKI
LA ZONA CERO
Un día de invierno, poco antes de tener noticia del viaje a Nagasaki, recibí la llamada telefónica de una gran amiga, una chamana sevillana de nacimiento y me contó, como cuentan las cosas los chamanes, que de vuelta a casa, ya de noche , en una carretera secundaria de la Sierra Norte madrileña se había encontrado con un águila muerta en medio del asfalto.
Me sorprendió mucho sobre todo porque hacía nada me había hablado de un sueño chamánico de esos en los que la Planta de poder le habló y había aparecido un águila poderosa que traía sus mensajes de sanación para la Tierra.
Paró en medio de la carretera y alumbrada por los faros de su coche, metió el águila en el asiento trasero.
Me la imagino, porque la conozco, con sus manos juntas a la altura del pecho, inclinando la cabeza ante ese animal totémico que yacía a sus pies y pronunciando palabras sagradas de respeto.
Me contó como pidió permiso al Águila para quedarse con sus plumas y como la enterró en la montaña.
¡Qué cosas! -pensé- La vida es tan curiosa y los acontecimientos que en ella ocurren, ¡tienen tantas lecturas!
Al poco, me llegó la noticia del viaje a Japón concretamente a Nagasaki y lo comentamos. ¡Qué bien! ¡Qué suerte! pero que curioso que sea en Nagasaki, una ciudad que sufrió el horror del bombardeo atómico, una ciudad arrasada, en la que murieron de golpe miles de personas. Una ciudad que ha resurgido de sus cenizas como el Ave Fénix.
Apareció en casa el día antes de partir y me pidió un favor. En sus manos juntas, con las palmas hacia arriba, mirando al cielo, había una pluma del águila y a modo de ofrenda me pidió que la llevara conmigo y que la depositara en algún lugar de Japón.
-¿Pero dónde?- le pregunté-
-Donde ella te diga- me contestó, con esa forma tan asertiva con la que hablan los chamanes que no deja lugar a más preguntas tontas… ¡está tan claro que las plumas hablan!
Comprendí que si ella lo pedía así era por algo y que yo no debía preguntar más, porque sus motivos, más allá de lo puramente razonable, tendría para hacerlo. Y acepté gustosa el encargo.
Envolví la ofrenda en forma de pluma en un papel de seda y la metí dentro de uno de los libros sobre haiku que llevaba en la maleta, curiosamente en Haiku-dô, “El camino del Haiku” de V. Haya.
Y así fue como la pluma de nuevo surcó los cielos en un vuelo hacia Oriente, hacia mi venerado Japón.
Hasta hoy no me he atrevido a escribir sobre La Zona Cero de Nagasaki.
No sé bien por qué, la visita a la Zona Cero se fue postergando y fue el último día antes de salir para Kioto y dejar definitivamente Nagasaki, cuando nos organizamos para ir a visitar el Museo de la Paz, erigido en honor a las víctimas de aquella vergonzosa masacre y en conmemoración de la Paz mundial, justamente en el mismo lugar dónde tuvo lugar el impacto de la bomba nuclear el 9 de agosto de 1945.
La impresión que me produjo impactó en todo mi ser y dejó huella. Con el corazón encogido, no podía parar de llorar. Lo que sentí era indescriptible porque se mezclaban toda clase de sentimientos que iban desde la pura vergüenza de pertenecer a una raza capaz de concebir algo así, hasta la rabia, la indignación. Lo único que me atrevía a musitar entre lágrimas era : ¡perdón!¡perdón!
En la madera, para siempre,
la silueta quemada
de un hombre
Como mujer, como madre que ha llevado en su seno hijos, que ha parido y amamantado, aquello me superaba. Literalmente, y no me avergüenza decirlo, mi útero tembló conmigo de indignación y menstrué después de casi un año.
La pluma del águila, había ido y venido en mi mochila por templos, montañas, lugares hermosísimos del Japón que alcanzamos a ver, pero nunca me dijo “aquí me quedo” . Llegué a pensar que quería ir a Kioto, claro, ¡como todos! Pero no fue así, quiso bajarse de mi mochila en la Zona Cero de Nagasaki, al lado de un haiku escrito en piedra por uno de los niños, Kuma Haruto que sobrevivió a aquel fatídico día.
*En Urakami
donde la nube achicharró el cuello
sembremos más flores
Y allí se quedó, entre las piedras que guardan en su memoria muchas cosas difíciles de aceptar, pero que también albergan -y eso se siente claramente en Nagasaki- el perdón y las ganas de un mundo en Paz.
*Traducción de Vicente Haya

Texto, haiku y fotografía Mercedes Pérez "Kotori"