fotokotori 2010
Camino por la
dehesa brillante de rocío, donde hoy pastan libres dos jóvenes yeguas. Tengo la
costumbre de encaramarme a unas rocas ya tibias de sol, y allí me siento simplemente a
respirar.
Las yeguas me observan con curiosidad y la más
grande se aproxima prudentemente, olisqueando
el aire. No me muevo para no espantarla…me encanta sentir su imponente
presencia. Su olor llega penetrante y sé que lo mismo le ocurre a ella con el mío.
Fisgonea lo
que hago y deseo que mi cuadernillo no le resulte apetitoso; huele mi pelo, mi cuello y aunque en otras circunstancias me
daría miedo tener su boca tan próxima, no sé porqué siento que puedo confiar.
Seguramente
atraída por las sales de mi sudor, chupa el mango de mi bastón. ¡Está tan cerca
de mí!… Contemplo sus pezuñas sin herrar
y el oscuro pelo de sus patas, empapado
de rocío. También veo mi rostro
deformado, en la pupila de sus grandes ojos negros.
Deja que acaricie su hocico mientas le hablo bajito diciendo palabras
bonitas que parece entender.
La otra, la
pequeña, tiene unas crines tan negras que el brillo del sol convierte en plata.
Rondándonos, se muestra desconfiada, pero la curiosidad le puede y se aproxima lo suficiente como para
mordisquear los cordones de mis zapatos.
Aquí estoy,
sentada en una roca, y mientras respiro en tan hermosa compañía, siento como
cortan la hierba con sus dientes y cómo, de la arboleda que rodea al prado,
voces de pájaros desconocidos se
amplifican en la luz verde que emana de los fresnos llenos de retoños.
¡Qué sosiego!... inmenso… profundo… ancestral…
un
corazón en paz...
el
olor del sol
sobre
la hierba
kotori 2010