fotokotori
-Mi
hijo es mayor y ya va siendo hora que se haga cargo de la destilería- pensó Osamu*,
el anciano padre de Masuyo*.
A
pesar de haber puesto todo su empeño, conocimiento y tradición en enseñar a Masuyo,
su único hijo, tal y como lo habían hecho sus antecesores con los primogénitos
durante más de cuatrocientos cincuenta años, algo había cambiado sutilmente en
esta generación y su corazón se encogió con una mezcla de tristeza y sensación
de fracaso al comprobar el poco entusiasmo que Masuyo mostraba por mantener la
tradición de este digno negocio que les había permitido vivir honradamente y
con honor durante siglos, ya que
producían un sake muy apreciado y famoso por su sutil aroma a cedro.
Asentada en la norteña localidad de Kanazawa, Yamamitsuya
que así se llamaba la factoría, fue fundada en 1620 por Katsuro Yamamitsu, un hombre carismático e interesado por las artes
tradicionales japonesas. Su casa era lugar de encuentro de poetas, pintores y
hombres de honor que compartían sus inquietudes artísticas en torno a su
nihonshu, destilado del mejor arroz y que pasó a ser conocido tradicionalmente
como Yamasamune. Aún hoy en día Osamu recibe con los honores debidos, a los que
a pesar de las circunstancias que trajo consigo la modernidad al Japón,
mantienen esas costumbres y pasan veladas disfrutando como antaño en torno a
ese sake que guarda en su espíritu el aroma secreto de los bosques de cedros.
Osamu observaba conmovido por el respeto, los haiku
que grandes maestros de este arte, dedicaron tiempo atrás a sus antepasados
anfitriones de estos haijines. Reliquias que seguían presentes en su vida como
algo natural.
Pero Masuyo tenía ideas nuevas. Hace poco le habló
de añadir burbujas al nihonshu*. “Eso es evolución”- espetó -.” Hay que competir
con la cerveza y con los refrescos que hacen furor entre los jóvenes” – “¿A
quién le interesa el nihonshu con aroma a cedro? Eso es el pasado!!!!. Hay que
abrir nuevos mercados, expandirse. El pasado no tiene futuro.”- sentenció.
Osamu nunca fue un hombre impulsivo, antes de decir
una sola palabra, la procesaba en su interior sopesando el alcance de su
respuesta. Pero por primera vez en su vida, no pudo reprimir su desagrado y
sorpresa ante la propuesta descabellada de Masuyo de añadir burbujas al sake.
-¡Masuyo!, ¡tú no hablas en serio! ¿verdad?- Masuyo
guardó un silencio tan elocuente que no hizo falta saber más. Una brecha se
estaba abriendo irremediablemente entre ellos.
¿Dónde estaban los límites? ¿De verdad era
necesaria esta llamada evolución? De pronto se sintió terriblemente viejo y
cansado, como si la conciencia sobre sus ancestros que siempre le acompañaba
dejara de ser un soporte y de pronto se convirtiera en una pesada carga que no
sabía dónde ni cómo colocar en este nuevo mundo que parecía salido de algún
infierno.
Cuando sus padres eligieron su nombre, querían que
los kami le otorgaran la fuerza para mantener la ley estable. Pero, su hijo
Masuyo, con ese nombre : “mejorar el mundo”
traía en su destino un cambio con el que él difícilmente podría estar de
acuerdo. Ahora se arrepentía de haberle llamado así.… Nanashi, el hijo sin
nombre tendría que haberle llamado. -No, no es justo- se dijo negando con la
cabeza. Simplemente estaba enfadado y sin encontrar una salida que aliviara su
viejo y cansado corazón.
Esa noche tuvo un sueño. Sus ancestros se le
aparecieron en una larga fila, cada uno de ellos con una
botella de sake en la mano, a cual más hermosa en su sencillez.
Sentado sobre el tatami, esperaba mientras de uno en uno se acercaban y ceremoniosamente le ofrecían a probar el contenido de la
botella de sake que portaban. Cuando les miraba a la cara veía su propio rostro
reflejado y luego se perdían en la profunda oscuridad que había tras el shoji que
permanecía abierto a sus espaldas. Con cada paladeo, cuando el sake abría en su
boca y dejaba escapar sus secretos, podía sentir el sabor de la lluvia, el
sonido del viento en los arrozales, el olor de los cedros cargados de nieve,
los cantos de las mujeres mientras cosechan el arroz. Los sentidos abiertos, en
carne viva… sentir, sí, sentir hasta que duela.
Llegó el último con su ofrenda de sake, pero al
probarlo comprobó con desagrado que en lugar de sake, aquel brebaje era leche.
La escupió sin tragarla y al mirar al rostro del que tenía delante sólo vio una
máscara blanca con una grotesca mueca burlona. Osamu se levantó ofendido, pero
el hombre de la máscara le ordenó que se fuera de su presencia y Osamu fue
absorbido por la fría oscuridad que había tras el shôji.
Se despertó sobresaltado y ya no pudo conciliar el
sueño.
¿Qué le querrían decir sus antepasados? Se levantó
y se acercó al altar donde se rinde culto a los kami y a los ancestros y
encendió unas varitas de incienso que pronto llenaron con su acre aroma la
estancia. Allí permaneció silencioso, observando cómo el humo adoptaba curiosas formas quizá
con la esperanza de recibir una pista, una señal que le indicara el camino
justo que habría de seguir.
El papel de los shôji dejaba pasar sin dificultad,
más blanca y más fría que nunca, la luz de la luna de invierno y ayudado por el
kami del viento, el humo le respondió adoptando la forma del kanji de la muerte.
¡Tan claro y tan nítido quedó suspendido en el aire un instante que se
transformó en eternidad!
Osamu, comprendió y sin demorarse más tiempo,
comenzó a poner en orden sus cosas, sus recuerdos, sus pertenencias. Cada
rincón de su casa fue cuidadosamente, pulcramente ordenado y limpiado.
No había prisa. Sus gestos respondían a siglos de conciencia incorporados sin
remedio a su ADN. Nada en él, respondía al azar ni a la improvisación. Ningún
atisbo de temor en su rostro, ni un solo temblor en su pulso. Algo en él había
cambiado; la pesadumbre se borró como por encanto y una hermosa sonrisa
interior se instauró en su boca, otorgándole un aspecto de imponente serenidad.
Masuyo, mirando de reojo a su padre, le dejó hacer. En ningún momento de aquellos días en los que
Osamu ponía en orden su vida, cruzaron una sola palabra, hasta que hubo acabado con todo, hasta que suspiró satisfecho. Ahora
sí.
Entibió en una botella del periodo Edo, su favorita,
el mejor sake del año y por primera vez en mucho tiempo se dirigió a su hijo Masuyo sin
nada que reprochar, sin expectativas y le invitó a acompañarle.
Sentados uno frente al otro, con la botella de sake
y dos tazas, Osamu llenó la taza de Masuyo y Masuyo llenó la de su padre.
-Kampei *- fueron sus últimas palabras.
Osamu murió esa misma noche, sentado ante el altar
de sus antepasados, con la ofrenda de sake y con su jisei*, su poema del adiós entre las manos.
luna de marzo...
mi sombra camina ya
entre los cedros
*Masuyo: mejorar el mundo
*Osamu: ley estable
*Kampei: palabra que se dice al brindar
*jisei: haiku de despedida de la vida
*nihonshu: alcohol japonés destilado del arroz ( sake o shochu)
4 comentarios:
Hermoso relato, Mercedes.
Hermosa enseñanza.
Muchas gracias por compartir todo lo bueno y el encanto de ese haiku final.
Un abrazo.
Me ha encantado el relato. Creo que es muy bonito y que deja una linda enseñanza. El haiku final también me ha gustado mucho.
Besos.
Muchas gracias. Se siente impregnado del espíritu que quiere trasmitir. Me ha gustado más alla de sus palabras.
Repasando los comentarios... me disculpo por no agradecerlos antes.
Gracias a los tres por vuestras palabras.
Un abrazo, Mercedes.
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