LA SAL DE LA TIERRA
No ha sido fácil ver esta película.
No. Me ha resultado imposible permanecer serena ante la potencia de las
imágenes, la expresión estética en blanco y negro de las miserias humanas.
Fascinada por la belleza de luz que atrapa en la oscuridad, de la composición
de sus fotografías, me vi mirando por los ojos de Sebastiao Salgado. Ojos bellos y valientes que se atreven a mirar a un mundo que casi nadie quiere ver porque duele
demasiado y porque hace cuestionarnos sobre qué especie de injusticia divina
consiente que nuestro modo de vida sea un subproducto anti natura nacido del
más horrible sufrimiento de otros seres humanos.
No es cómodo. No. Sujetar los
reproches fáciles a su trabajo que brotan para justificar mi status, para poder
seguir con un día a día que con su inercia arrastra por un enorme río de dolor
a millones de seres en otras partes del planeta. Casi que mejor no saber que
existen. No mirarles a los ojos. No identificarme con esas madres que dan a luz
niños abocados al infierno en el que han convertido sus vidas. Ni karma ni destino
que lo justifique. No, ahora ya no.
No es posible volver indemne a la
vida después de haber sido notario del horror que provoca el ser humano en su
desalmada ferocidad, su violencia. No. Esto pensaba mientras sujetaba lágrimas
de rabia, de compasión, de impotencia. Las suyas, las mías. Yo hubiera
abandonado. Me habría dejado morir emponzoñada por la parte más oscura y feroz
del hombre.
¿Por qué? o mejor ¿para qué? Con
lo fácil que hubiera sido cerrar los ojos al sufrimiento. Fácil para los que se
resisten a admitir que somos responsables, tan responsables como el que aprieta
un gatillo o saca su machete. Difícil
para el corazón que siente, para el hombre compasivo que cree que las cosas
pueden y deben ser de otra manera. Simplemente por justicia humana Sebastiao
Salgado hace visibles a los fantasmas que la sociedad privilegiada ha encerrado
en la mazmorra del olvido y la indignidad. Te los pone delante. Les hace
presentes, les mira sabiendo de su dignidad en la miseria porque les conoce,
sabe quiénes son, vive con ellos. No se limita a tirar un montón de fotografías
para luego marchar. Esta implicación personal, tiene su precio. De ida y
vuelta.
Pero hay luz, sí. Aunque no lo
creas, en el fondo tú lo sabes, no en vano la has visto… Las cosas se pueden
cambiar. Lelia ha sido su luz, su mujer en la luz. “Vuelve a la tierra. Planta
semillas. Regenera la vida donde ahora hay un desierto. La memoria de la
tierra, la sal de la tierra responde a los mínimos gestos de conexión con ella.
La tierra que se cuida, que se ama, se respeta, es agradecida. Tú la cuidas y
ella te cuida” Es posible sanar si hay voluntad. Ambos lo han demostrado con su
proyecto Instituto Terra. Donde antes había pasto y tierra erosionada ahora hay
foresta. Se puede, claro que se puede. Agradezco este respiro de esperanza. El
olor a bosque, el color de las hojas, el sonido de los pájaros y los arroyos han
vuelto para no marcharse. Ojalá sean el bálsamo que alivie las heridas que lo
visto y vivido han dejado en su alma, en la mía.
Gracias -^-
Mercedes
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