Prólogo (incompleto) de Jose Luis Vicent
Una de las cosas que todo lector de haiku debe tener bien claro es no
confundir la sencillez con la simpleza. Haiku es, antes que nada, el respeto y la
admiración que cualquier ser humano (un poeta de haiku, sin ir más lejos) siente
por el mundo. No solo la belleza intrínseca de la vida sino también todos esos
sucesos cotidianos sean o no agradables, es lo que motiva su sensibilidad. Es la
manera en que uno se deja impresionar por cuanto existe en derredor lo que te
hace ser haijin. Es el amor por lo originario y no la voluntad de artificio lo que nos
hace o no poetas de haiku. Los poetas acostumbran a hacer del dominio de la
palabra su vocación profesional. Algo bien distinto es el quehacer del haijin; este no
pretende hacer literatura, sino expresar del modo más transparente la pura
presencia de las cosas. Aquí, el poeta no actúa movido por su intelecto sino por sus
sentidos. Por eso el haijin no crea nada, no imagina nada. Logra su propósito si es
capaz de no interferir entre la sensación pura que percibe y el mundo objetual que
le rodea. Todo verdadero haijin sabe que sus palabras dejan de ser necesarias en
cuanto el lector haya captado aquello que la palabra nombra. Es con ese estilo, tan
sencillo y connatural como el cantar de un pájaro o el croar de una rana, que el
poeta de haiku escribe sus versos. Conoce bien, porque así lo siente en su alma de
poeta, aquello que dijo Takahama Kyoshi: que no sólo está el haiku / en el viento
de otoño, / pero está en todo. Ciertamente está en cada rincón y en cada instante;
en cada estación del año o de la vida, siempre hay un haiku que nos aguarda y que
Isabel Rodríguez y Ana Añón son dos haijin que sienten un profundo respeto
y admiración no solo por la esencia del haiku, sino también por la cultura que lo
originó. Decía Ortega y Gasset que todas las culturas son soluciones o intentos de
solución al problema de la vida. Y que esta es la razón de que una cultura extraña
no sirva a un pueblo. Yo no creo que eso sea exactamente así. Es posible que cada
cultura afronte el modo de vivir según su idiosincrasia. Pero que alguien sea ajeno
por nacimiento a esa otra cultura no significa que tenga que carecer de la
sensibilidad para sentir y profesar esas otras formas o intentos de resolución del
problema de la vida. Y digo sentir, más bien que pensar, porque no solo esa otra
cultura tal vez no sienta que la vida sea un problema a resolver, sino porque otras
gentes de cualquier geografía también lo entiendan así. Chantal Maillard nos
advierte de ciertos espejismos de la modernidad. Nos informa de una determinada
clase de cultura que denomina kitsch; esto es, de una manifiesta tendencia a la
ornamentación de las cosas, de los sentimientos, de los usos, del espíritu, de la
vida toda. Y, así mismo, sospecha de un término como el de globalización, por
cuanto significaría en el fondo un proceso de reducir cualquier cultura a una sola"....
(Continuar leyendo en el libro)
José Luis Vicent
No hay comentarios:
Publicar un comentario