sábado, 13 de julio de 2019

LA TIERRA DE UN SOLO COLOR... UN SUEÑO



LA TIERRA DE UN SOLO COLOR

El traqueteo casi imaginario del shinkansen Tsubame* que me lleva a la isla Kyûsu y la tranquilidad que da el saberme a salvo de robos y demás percances, dibujan en mi cara una sonrisa bobalicona de la que soy consciente gracias al reflejo que de vez en cuando veo en la ventanilla del tren bala con nombre de pájaro en el que viajo acurrucada.
 A una velocidad inapreciable debido a la distancia, cientos de estelas funerarias en arrozales que reflejan el cielo, barcas varadas en el lodo, torii en la orilla de bosques sagrados o cuervos caminando por la nieve de primavera, van dejando en mí una impronta de acuarela con efecto de tinta corrida a la espera de ser perfilada en algún momento que desconozco si llegará. Un paisaje hipnótico que carece de significado en un espacio en continuo movimiento. Imágenes absurdas que cobran sentido más allá de la razón, porque forman parte de mí sin yo saberlo.
A pesar del tiempo transcurrido, a pesar de la nebulosa que se apodera de los recuerdos y las vivencias, aquí estoy, de pie, quieta y sola bajo una lluvia que no cesa observando un peculiar y minúsculo taller artesanal en un callejón del barrio antiguo de Nagasaki. Apenas metro y medio de fachada abierta a los elementos, resguardado tan solo por un toldo de plástico traslúcido y un pequeño mostrador que limita el aquí y el ahora con el más allá. En el centro de aquella estancia hay un irori* hundido en el suelo de tierra como única fuente de calor y casi de luz. Junto a él, un hombre vestido a la antigua usanza con aire de ser un alma vieja,  pinta sobre papel de arroz paisajes y  poemas. De vez en cuando levanta la mirada hacia la nada y bebe en silencio un sorbo de té. Da igual que, sin el menor pudor, le mire desde el callejón, ni que la lluvia golpee atronadora sobre el enorme paraguas rojo que me cobija. Parece que esa pertinaz cortina de agua me hace invisible a sus ojos.
En la pared del fondo rozando un rincón del taller, hay una puerta entreabierta que aviva desde la penumbra la oscuridad de un espacio que se intuye grande y profundo. Da la sensación de que este pequeño hombre es el guardián de la entrada a un lugar sagrado y que protege un gran tesoro con su presencia.
De pronto, tras el calor que sale del fogón y que hace temblar ligeramente el aire, se hacen visibles una mujer vestida como una pobre campesina y un niño. Ambos están en cuclillas observando al varón. Parecen su familia, pero ¡son tan diferentes!
La mujer descubre cerca del irori un sapo que infla su buche. Sin ningún tipo de emoción, lo rocía con un líquido y le prende fuego. En su agonía silenciosa, el sapo se convierte en un pato sin plumas que al tiempo, se metamorfosea en un conejo sin piel, brillante, casi etéreo, como un holograma o como una nube a punto de romperse en el cielo. Y ante mi asombro, ¡no pasa nada! Esa acción violenta no altera la atmósfera de la estancia. Es como si no hubiera ocurrido allí.  El pintor inmutable, abstraído, moja el pincel en el suzuri* al tiempo que recoge con un viril gesto la manga de su kimono. Por un instante, contiene la respiración. Yo también.
Mientras el pelo del pincel se desliza sobre el papel de arroz,  la lluvia se acalla convirtiéndose en un húmedo roce que va cobrando significado:
” El dolor sólo tiene sentido en este mundo”
Levanta la vista de la caligrafía y mirándome a los ojos por primera vez  pero sin sorprenderse por mi presencia, me indica la puerta que en la penumbra, espera a ser traspasada.
Dudo y pregunto con voz muda:
 -¿Y debo ser yo? ¿Acaso me estabas esperando?-
Una ráfaga de viento, la misma que hace temblar al enorme alcanforero de la colina sembrada de tumbas, arranca el paraguas de mi mano y quedo en un segundo, empapada de tibieza hasta el alma. Miro mis pies descalzos, desnudos, limpios que se encaminan hacia la puerta que indica el pintor. No puedo hacer nada por evitarlo, ni quiero. Las huellas húmedas de mis pies quedan dibujadas en el tatami que piso y tengo la certeza de que no se van a borrar a pesar de su efímero destino de impermanencia.
Tras esa puerta abierta en la penumbra comienza a nevar, tan copiosamente que el mundo desaparece fulgurante en una blancura que todo lo iguala: la Tierra de un solo color.
El tren Golondrina se ha detenido en medio de la nada por primera vez en su historia. Imposible avanzar por caminos que ya no existen. El silencio de la enorme nevada le ha acallado a él también.
Ahora sé que no existo. Que sólo soy conciencia que observa sin poder intervenir. Desde el reflejo del cristal de mi ventana con fondo de nieve, alguien a quién conocí íntimamente me devuelve la mirada y sonreímos. Estamos a casa.

Kotori







* shinkansen Tsubame : Tren bala Golondrina. El equivalente al AVE español
* irori : Es un tipo de chimenea consistente en un hoyo cuadrado escavado a ras de suelo, tradicional en Japón. Se usa para calentar el hogar y cocinar
*suzuri :  Tintero tallado en piedra negra soluble al agua, usado para el arte de la caligrafía o el sumi-e.

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