Amanece.
La vela de San Judas
está apagada.
Dos caminantes.
El sol parece luna
tras nubarrones.
“Inciensos”, pregonan.
Los golpes del bastón
de un ciego.
Madre Joven:
por su espalda verrugosa
luz de la mañana.
Llegar sudado.
A saliva de perra vieja
huelen mis brazos.
Patio escolar:
las hojas del almendro
cubrieron todo.
Los dos en silencio.
En la acera un montocito
de vicarias.
La mano de la vieja
tiembla al servirme.
Del jarro seco
cae una abeja muerta.
Sábado a solas.
Rodea al Cristo
un andamio de hierro.
Tarde nublada.
La lluvia amaina.
Un hombre se persigna
al ver la ceiba.
Lloviendo a ratos.
En los charcos reflejos
del mercado en ruinas.
Un pregonero de lechugas...
La tarde haciendose fría.
Sobre este tronco
estuvo un aura tiñosa.
Mi sombra en la arena.
Aguas hediondas.
En la baranda flores
del flamboyán.
Cuando me acerco,
todas las moscas salen
del cagajón.
Humareda:
posándose alrededor
las garzas blancas.
Una y otra vez
florecen los robles.
Seis meses en cuarentena.
Pollo sin cabeza:
atado a sus patas
un lazo rojo.
La tarde yéndose.
Dicen que es olor
a ají quemado.
Sudado y sin hablar...
Se aleja mar adentro
una mariposa.
Nubes de ocaso.
El viejo aparta latas
de la basura.
Parque al atardecer.
Creció el agujero
de mi sandalia.
Nochebuena.
En el techito dos gatos
se dan la espalda.
Sentados al fresco.
Pregunta la prostituta
por mis ojeras.
Noche lloviznosa.
A gritos llora una niña.
Senda en otoño.
La luna menguante
sobre el cementerio.
Lejos de casa.
En la noche invernal
orino el té.
Dos siluetas:
la mujer lleva el paraguas.
A solas de madrugada.
Aire de lluvia, hojarasca.
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