De madrugada
cruza la casa un canto
de golondrinas.
El viento agita
el reflejo de un árbol
dentro del agua
Todo el fulgor
del otoño en el cesto
de las manzanas.
Van salpicando
sin orden la llanura,
las amapolas.
Limpio, vibrante,
el silbido de un mirlo
tras el chubasco.
Por la ventana
del hotel se ve el faro.
Tampoco duerme.
Se posa el sol
en la taza de té.
Bebo la luz.
Tras el derribo,
los colores de viejas
habitaciones.
A cada vuelta
del tiovivo, mi padre
diciendo adiós.
Pasea el perro.
Detrás, con paso lento,
el amo fiel.
Saltando charcos
voy al colegio y vuelvo
saltando charcos.
En casa extraña,
el rostro familiar
de una violeta.
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